La Orilla Infinita
INDIA - Rajasthán
Marzo 2011
Día 1. Delhi
Después de mucho investigar y varias idas y vueltas de mensajes y presupuestos con agencias de la India, di con una empresa muy pequeña llamada Redbinditours (exBlackPepper), cuyos dueños, una pareja que combinaba el catalán con el hindú, fue la única que supo interpretar claramente nuestra filosofía viajera. La idea era recorrer parte del Rajasthán, ver el Taj Mahal y de ahí cruzar hasta Varanasi. La cosa parecía fácil: contaríamos con un chofer a disposición, los hoteles y pasajes estaban todos reservados y pagados, pero la incertidumbre de no encontrarnos con nadie en el aeropuerto siendo medianoche, era sumamente inquietante.
Pero el hombre bien vestido, pequeño y sonriente, sostenía un cartelito con nuestro nombre, esperando para transportarnos por la gran ciudad durante nuestra estadía. Lo más importante a esa hora, era no caer en la automatización de cepillarse los dientes con el agua de la canilla y proveernos de varias botellas de agua mineral.
Nos vinieron a buscar temprano para comenzar los paseos. Las 9 horas y media del jet lag aún no se hacían sentir y la emoción por salir era incontenible. Delhi era muchas ciudades en una: la más moderna con sus enormes edificios financieros, la ordenada zona británica con sus jardines de flores prolijas y la parte más antigua, caótica, indomable e indescifrable..
Todo lo que queríamos se encerraba dentro de la ciudad vieja. El resto lo tachamos de la lista.
La ciudad se presentaba como un verdadero caos. Si uno pusiera la lupa en un pequeño pedacito del mapa, podría ver decenas de vacas, rickshaw, cabras, cientos y cientos de personas, motos, autos, buses, encantadores de cobras, cuervos, ardillas, vendedores ambulantes, mendigos, religiosos enfundados en turbantes, turistas, estafadores en plena acción, mujeres barriendo con escobas hechas de paja, colores, brillos, mugre. En ese ritmo frenético todo encajaba perfectamente. Old Delhi era un laberinto infinito de calles que hipnotizaban y del que no daban ganas de irse. Sólo bastaba caminar por Chandni Chowk para dejarse llevar por la multitud, en esas calles en las que no se desperdiciaba ni un centímetro cuadrado, donde uno se tropezaba con los vendedores de frutas, los peluqueros callejeros y los que ofrecían un té con leche, calentando el líquido en una olla desgastada, sobre pedazos de carbón. Por encima de los techos, un gran entramado de cables daban la sensación de que cada uno se enganchaba a la corriente eléctrica como podía.
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Empezamos por el templo Sij Gurdwara Bangla Sahib. Era el palacio de un gurú que durante una epidemia de cólera ayudó ofreciendo agua del pozo de su casa a los afectdos, y por eso se lo consideró un lugar con aguas curativas. Con los años se convirtió en un lugar de peregrinación, donde los sijs de todo el mundo vienen en busca del agua milagrosa.
El sijismo es la quinta entre las religiones organizadas con más fieles en el mundo (30 millones), la mayoría residentes en la India. Fue fundada en el siglo XV en el Punjab (frontera entre Paquistán e India) fusionando elementos éticos del hinduismo y del islam, pero principalmente como oposición al sistema de castas hindú.
Los hombres nunca se cortan el pelo y deben cubrírselo con turbantes que son considerados sagrados.
Acomodarse el pelo puede demorarles unos 20 minutos: primero se ponen el keshi, una tela de color negra para recogerlo y después el turbante de unos siete metros, que colocan siguiendo una técnica especial y antiquísima que le da esa forma simétrica tan característica. El turbante fue originalmente un distintivo de la realeza, pero de a poco se fue transformando en un símbolo religioso. Tampoco se afeitan la barba ni pueden fumar. Las mujeres sijs no están obligadas a ponerse ni velo ni turbante, sólo se tienen que vestir con modestia. Como esta religión promulga el servicio activo al prójimo, antes de irnos fuimos a la cocina donde hombres y mujeres -cual ejército organizado- pelaban verduras y cocinaban el chapati (pan) y dahl (lentejas) para ofrecerlo gratuitamente a más de 10 mil personas cada día. También tenían una escuela y dormitorios colectivos (gurudwaras) donde se podía pernoctar durante tres noches sin pagar un centavo.
Para entrar nos tuvimos que poner unos pañuelos y sacarnos los zapatos. En la India no se puede pensar mucho en lo que se pisa. Nosotros llevamos unas medias finitas para ponernos cada vez que tuviéramos que descalzarnos, pero el ritual nos duró unos pocos días. Después de caminar por las calles y esquivar un sinfín de objetos, alimañas y líquidos desconocidos, el tibio piso de mármol de los templos era casi un lujo.
A pesar del smog y del caos, la ciudad se me hizo bastante verde. Todo el tiempo se escuchaba el graznido de las aves que se mezclaba con los gritos de los vendedores y los interminables bocinazos.
La segunda parada fue la Mezquita Jama Masjid. Después de facilitarme un batón largo para tapar mis hombros y pantorrillas que me hacían parecer una abuela del siglo pasado, dejamos los zapatos y entramos a la mezquita más grande de la India. Construida por el emperador mogol Shah Jahan en 1656, guardaba celosamente un pelo, una sandalia y una huella del profeta Mahoma. Si así fuera, ya le habrían hecho la prueba de ADN. Los hombres se lavaban los pies, rezaban sobre las alfombras rojas y charlaban en alguna de las pocas sombras que ofrecía el edificio. Por una pequeña propina se podía subir a uno de los minaretes, desde donde se podía ver gran parte de la ciudad vieja. Los 130 escalones valían la pena, pero es importante fijarse bien los horarios y tener en cuenta que a las mujeres solas no se les permite ir. Leí que hay un acceso subterráneo que conecta con el fuerte Rojo y que también se puede visitar, pero nosotros no fuimos. El edificio de arenisca roja era bastante sencillo, pero el lugar no dejaba de cautivar y me hubiera quedado horas viendo a la gente relacionarse con el otro y con la divinidad.
Al Fuerte Rojo, que fue construido por el mismo Shah, se entraba por la puerta de Lahore, atravesando el bazar cubierto Chatta Chowk, que era donde antiguamente se proveía de mercaderías la realeza. Tenía espacios verdaderamente hermosos. Los chicos vestidos con uniformes colegiales se movían a sus anchas entre los muros de arenisca roja y como si fuera un oasis, ma mente podía descansar un rato del caos citadino.
Más tarde, visitamos la tumba de Humayun, un mongol bastante malito pero que se las ingenió para tener tremendo monumento.
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Como queríamos caminar un poco, el chofer paró en un punto y nos aconsejo tomarnos un rickshaw, porque las atestadas y estrechas calles de la ciudad vieja casi no permitían otro tipo de transporte. Los rickshaw eran unos autitos de tres ruedas con techo y los cicloshaw, bicicletas que llevaban como un sulky para dos pasajeros. Siempre hay que negociar el precio antes de subir. Si se quiere hacer una parada, hay que decirlo en el momento y nunca se debe pagar antes de terminar el viaje.
Las calles estaban llenas de vida y todo se transformaba en una sobredosis para los sentidos. Quería abarcarlo todo, absorber colores y olores. Sentía que estaban compartiendo conmigo parte de su cultura, ahí, en la mismísima calle.
Antes de venir había escuchado a varias personas hablar de la India como un lugar lleno de pobreza, de suciedad y de mendigos. “¿Para qué vas?”, me dijeron, “si podés ver lo mismo en el conurbano bonaerense?”.
Pero en mí se producía, por alguna suerte de prodigio en el ánimo, el efecto inverso. Será que algunos aún no se han podido sacudir los prejuicios, no han abierto sus ojos y sus fantasías. En cada persona y en cada situación podía encontrar una historia, un cuadro en movimiento y sobre todo, belleza. En la gente que se cortaba el pelo en la vereda, en el dentista que vendía dentaduras postizas a buen precio, el sastre que pedaleaba sin cesar su vieja máquina de coser, o en el hombre que ofrecía una limpieza de oídos con una especie de alambre, en el olor de las especias que se me colaba por todos los rincones y los colores estridentes de los polvos del Holi, que por esos días eran los protagonistas de la calle. Atrás de todo ese caos, se escondían cientos de detalles cargados de vitalidad y espiritualidad.
India era todo y lo contrario de todo. Era el reino de las contradicciones por excelencia, y había que dejarse llevar por el torrente excepcional de imágenes llenas de incoherencias, aunque fueran sólo en la apariencia.
Recorrimos el bazar tibetano (Janpath Market) sin éxito de compras y fuimos a las tiendas del gobierno para tener una idea de precios “razonables” y saber desde qué base poder regatear en los mercados. El lugar se llamaba Central Cottage Industries Emporium y todos los productos tenían un precio fijo, es decir que no existía el regateo. En un puesto de bijou, me puse a elegir algunos collares y mientras la vendedora me estaba atendiendo, me zampó un eructo de proporciones animales. Lo miré a Martín sin poder contener la carcajada.
En Delhi es bastante común que quieran estafarte con pequeñeces, por eso hay que estar bien alerta y si no, tomárselo como parte del folklore del viaje. Desde mancharte el zapato con caca para limpiártelo, hasta tomar un taxi y que te digan que el lugar que buscas cerró, para llevarte a otro con el que tienen un arreglo por comida. Nosotros, como no podía ser de otro modo, fuimos bautizados con un guía trucho que se quedó con más plata de la que debía.
El día fue intenso y ya se hacía sentir en el cuerpo. Pedimos que nos llevaran al hotel que quedaba en el barrio de Karol Bagh. El Florence Inn estaba un poco alejado de la ciudad vieja, pero en los alrededores había muchos comercios, restaurantes, hoteles, casas de cambio y venta de especias. Aprovechamos para dar unas vueltas.
Fuimos a comer a la vuelta del hotel, en un lugar llamado CrossRoad. Nos pedimos pan con ajo (garlic naan), empanadas de queso (panner pakora) papas con salsa de comino (jeera aloo), arroz con frutos secos (kashmiri pulao) y pollo al curry de la casa que lo pedimos poco picante y estaba casi al borde de lo imposible. Ya sé que éramos sólo dos, pero era muy tentador y barato. Llegamos con el cuerpo al límite en todos los sentidos.

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Día 2. Delhi-Udaipur
Noche sin dormir por el cambio horario. Estábamos resignados a seguir hasta que el cuerpo aguantara. Después de un vuelo corto llegamos a Udaipur, donde nos esperaba nuestro nuevo guía (no espiritual, aunque recomendaba buenos currys y eso lo elevaba casi a la categoría de gurú) llamado Ummed.
Rajastan significa tierra de Reyes y fue un territorio dividido en numerosos reinos gobernados por maharajás y enriquecido por las rutas comerciales entre Asia Central y China. Todas las ciudades tenían sus palacios, fortalezas y mansiones conocidas como “havelis”, algunas convertidas en hoteles.
El nuestro -Udai Garh - era simplón, con detalles muy hindúes (espejos en los escalones, decorados exhuberantes, y frescos en las paredes) pero se bancaba, especialmente porque casi no estábamos, pero lo mejor era que estaba super bien ubicado. Como habíamos empezado muy temprano, recorrimos lo más posible porque al otro día era el feriado de Holi y nuestra atención estaría centrada en la fiesta. El encanto y romanticismo que tenía la ciudad se lo aportaba el lago Pichola con sus dos islas: Jagniwas donde estaba el palacio que era la residencia de verano del marajá Jagat Singh II y que hoy era uno de los hoteles más lujosos del mundo (Taj Lake Palace), y la isla de Jagmandir con el palacio, que inspiró al emperador Shah Jahan para darle forma al Taj Majal (o eso contaban).
Fuimos al templo jainista Jagdish Magdir que estaba a full con los preparativos. Vimos santones, rituales varios, figuras del Kama Sutra, gente rezando y cantando. Todo estaba adornado con las características flores anaranjadas que contrastaban con el mármol muy blanco de los monumentos.
Después de caminar un poco entramos al City Palace, considerado el complejo real más grande de Rajasthán. Rudyard Kipling dijo que “Dios creó a los maharajás para dar un espectáculo al mundo” y después de recorrer los palacios y fuertes de la India, no tenía más que palabras de agradecimiento hacia ellos, por más crueles que hubieran sido.
El palacio de Udaipur tenía influencias rajastaníes, mongolas, medievales, europeas e incluso chinas, donde los laberintos, terrazas, galerías, salones y jardines se sucedían entre pasillos zigzagueantes, realizados con el propósito de evitar los temidos ataques sorpresa de los adversarios de la ciudad.
Visitamos el museo, que no aportaba mucho más que la diversión de comparar los distintos bigotes de los maharajás que gobernaron la zona a través de los años.
En la caminata nos cruzamos con el maharajá actual, que andaba en su carro de golf ultimando preparativos para la noche de Holi, en la que se preparaba una cena especial muy top para personalidades y turistas dispuestos a desembolsar grandes sumas para estar dentro del palacio.
Al mediodía, fuimos a almorzar a un haveli convertido en hotel a orillas del lago Pichola. Otra matanza culinaria que incluyó esta vez, al pollo tandoori. Desde las ventanas veíamos a las mujeres lavando ropa en los ghats, mientras le daban fuertes palazos a las telas. Sería algún programa de lavado especial que usaban en la India. A la tarde me compré un pañuelo para el pelo porque había leído que en la fiesta de Holi tiraban tintas a mansalva. Ya estaba atardeciendo y desde la ventana del hotel se veían decenas de monos saltando de un techo a otro.
No sé por qué tendré fascinación con los monos, pero podía quedarme viéndolos durante horas.
Cada loco con su tema.
















Hablando en el auto, Ummed nos había escuchado tan entusiasmados por la fiesta de Holi que le dimos mucha lástima porque estaríamos solos. A pesar de no involucrarse nunca con los clientes (o eso era lo que nos dijo), se atrevió a invitarnos a lo de la familia de un amigo, ya que la suya vivía en otra ciudad. No podíamos pedir más: lo pasaríamos con gente local.
Holi en India es la historia en la que se enfrenta el bien contra el mal, pero no es mas que el festejo de la llegada de la primavera, tal como lo honran milenariamente casi todas las culturas del mundo. El significado que le atribuyen es que ese día es posible perdonar los errores del pasado y olvidarlos, posibilitando un nuevo empezar, una nueva oportunidad, algo así como nuestro año nuevo o el día del perdón.
La celebración se hacía en el epicentro de Udaipur, en un espacio al costado del templo jainista, donde desde temprano estaban haciendo los preparativos para encender una enorme pira. A la tarde, nos habían invitado a participar sugiriéndonos llegar un rato antes porque iba a haber un gran baile. Entusiasmada por mover el esqueleto al ritmo de la música hindú, me puse el turbante en la cabeza y la peor ropa que había llevado, por si se armaba la guerra de guerrillas con los polvos coloridos. Ya estaba oscureciendo y las cuadras que nos separaban del lugar se iban llenando de gente de todas las edades. Las mujeres estaban acomodadas en las escaleras del templo con vista privilegiada, separadas de los hombres que estaban alrededor de la pira y que era quienes podían bailar y cantar.
Era verdad que había baile, pero no como pensábamos: en un escenario mediano y sin interrupciones, subían grupos de muchachos a hacer coreografías ensayadas hasta el cansancio al mejor estilo Bollywood. De repente empezó a sonar la voz de Shakira. Vestidas de odaliscas, dos enormes travestis salieron al escenario moviendo las lolas y sudando a más no poder. Era tan bizarro que en un momento lo miré a Martín para corroborar si lo que estábamos viendo era cierto. Él largó una carcajada, mientras el público masculino enardecido, ponía billetes entre las tetas de los “hijras” al compás de la música de la cantante colombiana.
Mientras ondulaban sus caderas, invitaban al subir a las mujeres extranjeras para que el resto de los espectadores pudieran verlas bailar (las que más les gustan son las europeas que pocas veces usan corpiño). Las mujeres indias no bailaban en público y a los hombres se los veía bastante desesperados por un contacto que les erice la piel. Yo me banqué varias toqueteadas, para las que buscan cualquier excusa.
La religión hindú no tiene una definición de sexos muy clara. Sus dioses a veces son diosas o viceversa. Los hijras pertenecen a ese “tercer sexo” y desde la antigüedad han formado parte de la vida cotidiana de la India, disfrutado del reconocimiento social. Durante el imperio mogol, los hijras ejercían de cuidadoras de los hijos del emperador y eran consejeras de Estado. Tenían propiedades y sirvientes. Con la llegada del imperio británico y sus estrictas normas morales, fueron condenadas al ostracismo. Sin embargo, su influencia en las clases populares aún sigue siendo innegable. Se cree que tienen el poder de bendecir o maldecir y de favorecer (o impedir) la fertilidad, por lo que habitualmente son requeridas en el nacimiento de un bebé, una boda o una inauguración. En una cultura tan supersticiosa, sus habilidades despiertan temor y a la vez admiración.
Después de varios temas, prendieron la enorme pira a la que le adicionaron fuegos artificiales y petardos para asegurarse de que el bien le ganara al mal por goleada. En un momento, se nos acercó la policía para sugerirnos que nos retiremos. Como le dijimos que queríamos quedarnos, la advertencia se convirtió en amenaza, porque no podían protegernos de la violencia que se generaba en cada festival de Holi. En años anteriores, habían tenido intentos de abuso a turistas. El problema es que toman una bebida a base de yogurth, miel y marihuana (Bhang) que los deja muy tocados.
Llenos de pintura en el cuerpo y en la ropa, nos costaba ir a algún restaurante, pero encontramos una terraza donde había lucecitas de colores y algunos otros extranjeros tomando unas cervezas.
Volvimos al hotel empapados y llenos de color.
Casi 40 horas sin dormir, cansada pero feliz.


Día 3. Holi en Udaipur
A la mañana siguiente nos pasó a buscar Ummed a pie. Nadie trabajaba hasta las 4 de la tarde y la gente estaba abastecida con bolsitas de pigmentos de colores, pistolas y globos rellenos de agua coloreada, que tiraban a cualquier persona que se le cruzara en el camino. El color se expandía por el aire de todas las calles. No había castas, ni edades, ni género, todos festejaban por igual y nadie se enojaba porque el que no quería jugar, se quedaba guardado en su casa. La mayoría se abrazaba deseándose un happy Holi, mientras con sus manos llenas de color te tocaban la cara o las manos como si fuera parte de una bendición.
Primero fuimos caminando hasta lo de un amigo de Ummed. En la terraza de la casa, con una vista increíble del lago y sus palacios, nos esperaban con varias cervezas (por supuesto yo nunca estuve contada para el alcohol). A pesar de haber preguntado qué nos tocaba llevar a la casa de nuestros anfitriones, no nos dejaron comprar nada. Ummed no quería tomar alcohol porque estaba en horas de trabajo, pero era el colmo si además de invitarnos, nos veía tomar y disfrutar sólo a nosotros. Le dijimos que le dábamos el día libre y que hiciera de cuenta que no éramos clientes, sino amigos.
Casi al mediodía, nos fuimos caminando por una parte nada turística de Udaipur, esquivando proyectiles de pintura, motos que transportaban a toda una familia y vacas a quienes habían dejado con el hocico colorido.
La familia del amigo de Ummed nos estaba esperando en la puerta.
Nos recibieron con todos los honores. Eran muchos y estaban felices de que estuviéramos ahí. Después supimos que para ellos era un gran honor que gente de una casta más elevada como la nuestra (que aún hoy no sé cuál sería), aceptara pasar la fiesta con ellos. Nos pasearon por todo barrio hasta llegar a la casa de otros familiares y después volvimos para almorzar.

holi udaipur

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Las castas en las zonas rurales o ciudades más chicas seguían funcionando a la perfección. Eso de que estaban abolidas sería en los papeles y las leyes. Todos tenían bien claro quién era quién entre ellos y lo que les había tocado ser por herencia.
El sistema de castas se percibe como una división divina del trabajo. En India existen más de 4.000 castas y alrededor de 200 millones de personas -un 16% de su población- pertenecen a los dalits, los antaño llamados intocables. Asociados a lo sucio, lo oscuro y lo demoniaco por el dharma, la ideología dominante de los brahmanes, la casta superior y sacerdotal, los dalits han sido excluidos y marginados en India durante siglos, especialmente en el campo. A los intocables se les asignan por tradición las tareas más sucias: aquellas vinculadas a la muerte, las heces, las basuras y los desechos orgánicos. Son quienes recolectan la basura, tratan con las cloacas, barren y pavimentas las calles, crema los cuerpos humanos. Cuando muere una vaca u otro animal en una granja o en una casa, se espera que acudan los chamar (una de las cerca de mil castas consideradas impuras) a retirar la carroña. No solo se llevan los animales muertos: también curten la piel y trabajan el cuero, con el que fabrican sandalias y tambores. La limpieza de las letrinas y retirada de basuras son monopolio de los bhangï, la más baja de las castas de India. Aunque la Constitución desde 1950 prohíbe excluir o discriminar a una persona por razón de su nacimiento en una casta determinada, los bhangï siguen viviendo en barriadas separadas, marginados incluso por otros intocables. No pueden compartir plato o mesa con otros indios, y en los teashops, hoteles y casas privadas suele haber unas tazas llamadas rampatras (copas de Rama) que se utilizan exclusivamente para servir a estos parias entre los parias (si no la hay, se espera que el bhangï lleve la suya). La Administración pública, pese a que destina el 24% de los puestos del funcionariado a las castas ex intocables o tribales, en el sistema de discriminación positiva mayor del mundo, perpetúa el estigma al contratar a miembros de la casta bhangï como barrenderos, basureros y poceros.
El contacto o trato con un intocable se considera un hecho impuro, de riesgo de contaminación y un motivo para ir acumulando actos negativos que repercutirán en la reencarnación.
Los hombres se fueron al living y abrieron las botellas de ron, whisky y cerveza que habían comprado especialmente para agasajar a Martín. Las mujeres nos fuimos a la cocina a preparar el almuerzo. Lamentablemente ninguna de ellas hablaba inglés, sólo las niñas, pero nos íbamos entendiendo a través de señas. Me enseñaron a hacer chapati y sirvieron una mezcla dulce como si fuera arroz con leche pero con alpiste o una semilla similar.
Nos pusimos todos en uno de los dormitorios y sentados en las camas, comimos lo que habían preparado.
Nada de “esto no me gusta” o “está picante”. Me lo comí todo sin chistar. Había arroz con arvejas, espinaca con curry y algo vegetariano picantito, todo con nombres muy difíciles. En un momento tuve que pedir un tenedor y buscaron por todos lados, porque realmente no tenían cubiertos de mesa. Todo lo comimos con las manos, mirando la manera en la que ellos levantaban esa cantidad ingredientes con una precisión asombrosa.
El grupo masculino volvió a salir para seguir con lo que estaban haciendo antes de comer: seguir tomando. A mi me costaba mucho la falta de comunicación, con el agregado de que las señoras más grandes eran muy tímidas o se sentían intimidadas. Las más jóvenes se pusieron a mi alrededor y me hicieron sacar el turbante para verme el pelo y tocarlo. Les mostré fotos de nuestra familia en el iPhone y les enseñé a sacar fotos que podían ver al instante en la pantallita de la máquina. Estaban maravilladas. Me preguntaron muchas cosas: por qué no usaba un aro en la nariz, por qué tenía el pelo tan corto (a veces también me lo preguntaba yo), por qué no estaban nuestros hijos con nosotros, cómo era nuestro trabajo, dónde quedaba América, si era católica (cuando le dije que no, me preguntaron si era budista y cuando le dije que no, hicieron una expresión parecida al horror).
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Una de las nenas que ya había cumplido sus 12 me preguntó si yo podía volver para cuando ella se casara. Ya le habían asignado un marido (otro niño) que vivía en la zona rural y que era de la misma casta.
Los matrimonios están arreglados y aunque la ley las autoriza recién a los 18 (hombres 21), en el Rajasthán y en muchos otros estados de la India el matrimonio se consuma antes, incluso siendo niños. La familia del hombre es quien recibe a la mujer a vivir en su casa y cobra la dote que sería como una herencia anticipada.
La dote deja ahogadas a muchas familias, siendo además la de la novia la que debe costear gran parte de la boda (y las fiestas son generalmente un derroche porque se tratan como una cuestión de honor familiar). Sabiendo esto, era posible imaginar lo que significaba para los padres tener muchas hijas mujeres.
El matrimonio no es una relación entre individuos sino entre familias. De ahí que la responsabilidad de elegir marido o mujer recae mucho más sobre las familias que sobre los propios novios. Como la recién casada va a vivir con toda la familia del novio, es muy importante elegir a alguien compatible basándose en su horóscopo, su casta y su procedencia. En una sociedad donde predomina el matrimonio arreglado, se antepone el interés familiar al personal. Primero viene el matrimonio, luego el amor.
También Ummed se había casado en un matrimonio arreglado. Martín le preguntó qué pasaba si no le gustaba la mujer cuando se la presentaban y el arreglo ya había sido pactado. Sin titubear contestó que el amor era una cuestión de tiempo y que en esta vida le había tocado la mujer que tenía ahora.
Martín insistía en que tal vez se le podía cruzar otra mujer. Siendo chofer tenía grandes chances de conocer gente diferente, de otros lugares, y además él se las arreglaba para hablar cuatro idiomas a pesar de haber hecho hasta 5º grado de la escuela primaria. “En esta vida me toco esto”, era su respuesta casi tajante. No había lugar para ese tipo de preguntas.
La resignación arraigada en lo más profundo.
Confieso que volví de este viaje un poco enojada por este tema. No podía entender cómo tanta gente justificaba a través del destino, implacable e inalterable, el transcurso de toda su vida, sacrificándose en este presente para tener, sin certezas, un futuro mejor en otra vida. Tenía ganas de sacudirlo y de decirle que esto se termina, que no acepte sin pelea, que no renuncie. Pero la cultura y la religión alimentan la sangre de este pueblo desde hace miles de años y los cambios que se hacen, inclusive a través de leyes y prohibiciones, aún están vigentes, en especial en el interior del país. Pero ya sabemos que en cualquier sociedad, las leyes cambian mucho más rápido que las costumbres. Las mujeres siguen siendo el blanco de abusos en diferentes formas.
Hacía muchas horas que estábamos con los familiares del amigo de Ummed. Martín tomando hasta el agua de los floreros y yo seguía sentada en el living entre todas las mujeres. Estaba anocheciendo. Nos volvieron a invitar a un cordero, pero preferí estar un poco más tranquila y por la nuestra. Martin hubiera ido encantado y trató de persuadirme arrastrando los pies y las palabras, porque estaba bastante colocado.
Nos sacamos la pintura como pudimos y fuimos a un restaurante frente al lago, donde comimos cheese naan, masala chicken, alu angare (papas rellenas con frutos secos y queso) y arroz frito.
Caímos rendidos.
Día 4. Udapur-Ranakpur-Jodhpur
Basta pasar unas pocas horas en este país para darse cuenta de la fuerza de lo sagrado.
Ummed tenía en su auto una cantidad de talismanes que en el trajín del camino se movían graciosamente y aportaban el toque necesario para sentirse en India todo el tiempo.
La más importante para él era la figura colorida del dios Ganesha, porque era quien garantizaba la buena suerte. Cada vez que nos trasladaba a algún lugar, le daba un beso y la acariciaba suavemente. Era el ritual que yo acompañaba en silencio, porque quien ha visto alguna vez el modo en el que se maneja en la India, seguro que se ha encomendado a la fe más de una vez.
La bocina del auto era un arma mortífera, casi como si se tratara de un disparo en un juego de video. Todos tocaban frenéticamente como si eso hiciera desaparecer al otro con un mágico sonar. El espacio se convertía en un caos ensordecedor, al que se debía conjugar con animales de cierto porte que andaban sueltos y la total indiferencia a las señales de tránsito. Me gustaba mucho la frase de Ummed: "todo puede pasar en India".
Nos esperaba un largo viaje en auto hasta Jodhpur con una temperatura de 40 grados. Después de casi dos horas de camino sinuoso que me obligó a abrir las ventanas para no vomitar (hecho que además nos forzó a no prender el aire acondicionado), llegamos a la primera parada: el complejo de templos de Ranakpur.
Durante los 90 kilómetros sentí el viento caliente y pegajoso en mi cara, pero estaba feliz porque podía sacar fotos movidas de todo lo que veía: monos, camellos, jabalíes (que usaban para limpiar las calles porque se comían la basura), campesinas trabajando bajo un sol inclemente con sus saris de colores, pastores con sus enormes turbantes cuidando a las cabras, bueyes que hacían el trabajo de un molino para poder regar los pocos cultivos que había en esta zona tan desértica, buses cargados de gente sentada hasta en el techo. Las rutas eran muy angostas y tenían pocos tramos en buen estado, lo que dificultaba ir a una velocidad razonable por la cantidad interminable de camiones y vacas.
Para pasar a un auto la regla era tocar bocina, así que dormir se convertía en una proeza.






Los templos de Ranakpur son jainistas, que además de ser una religión, es una casta. El templo principal Chaumukha Mandir o Templo de las cuatro caras, fue erigido en el siglo XV y tiene 29 salas interconectadas. Las 1440 columnas de mármol tallado, son cada una diferente a la otra y el predominio de los colores claros junto a la luz que se colaba entre las aberturas, lo convertían en un lugar con un misticismo especial.
El jainismo es una religión india fundada antes del siglo X, y el pilar sobre el que se asienta es la no violencia, por lo que se requiere de una gran disciplina y autocontrol para conseguir la liberación personal.
Después de recorrer el complejo y los jardines continuamos el viaje hasta Jodhpur, la ciudad azul.



La entrada anticipaba el caos que vendría: vacas apostadas en todos los espacios, monos saltando de los techos, miles de personas, bocinazos, un bazar mugriento y oloriento apostado casi a la salida de nuestro hotel (Sadar bazar), motos, rickshaws, caballos con sulkys (mas baratos que los autorickshaws y ciclorickshaws), vendedores de todo tipo.
Martín decía que si sacáramos las motos, podríamos perfectamente estar como hace cientos de años en cualquier lugar de Oriente.
El hotel Pal Haveli, estaba super bien ubicado en el medio del centro de la ciudad vieja. Era un antiguo haveli remodelado. Limpio y básico. Lo que más me gustó y que después vi en otros hoteles, era su sistema de matafuegos que consistía en varios baldes colgados cargados de arena.
Dejamos nuestras cosas y salimos desesperados por sacudir nuestros sentidos en ese laberinto. Jodhpur se caracterizaba por sus calles estrechas que fueron hechas para evitar el sol, ya que está cerca del desierto de Thar.
Aquí pudimos ver los oficios más pintorescos de la India. En las calles se dan cita los odontólogos con sus pinzas sacamuelas, los herreros que calientan el metal en una pequeña fogata con carbón, peluqueros, orfebres, sastres, aguateros. Me sentía feliz porque Jodhpur era la India que quería conocer. Todo era pulsión. De repente, un mono se caía delante nuestro para sacarnos del encantamiento.
Udaipur era sillicon valley al lado de esa zona de Jodphur. Decidimos cenar en el restaurante de la terraza del hotel. La noche estaba hermosa y la comida riquísima: paneer do piyaza (queso cottage con cebollas en salsa de yogurth especiado), cordero a la manteca con salsa de tomate y jengibre llamado adreki, arroz con comino y cebolla frita y garlic naan (pan con ajo). Estábamos dispuestos a probar todos los platos de la India aunque el costo fuera volver con unas babuchas hippies para que me entrara algún pantalón. Al final de la cena, se acercaron los mozos a ver las fotos en nuestro iPad en las que reconocían a algunos de los protagonistas, y se divertían mientras meneaban la cabeza para uno y otro lado.
Día 5. Jodhpur
A la mañana siguiente me despertó el mugido de las vacas. Al principio pensé que estaba en el campo, pero al instante escuché los bocinazos. A lo lejos retumbaba el ommmm de un templo hindú. Nos pasó a buscar Ummed y nos fuimos al fuerte Meherangarh, propiedad del maharajá de Jodhpur. Cada ciudad relativamente grande de Rajasthán tenía su maharajá en funciones y al sucesor esperando su turno. Son propietarios de grandes palacios y jardines. A mi me encantaba que Ummed me llamara maharani (que es la mujer del maharajá) porque era un hermoso piropo.
En la visita nos contaron que a pesar de que se veían impactos de balas en la puerta de entrada, el lugar nunca había sido conquistado. Los maharajás y ejércitos de Bikaner, Jaipur, Udaipur, Jaisalmer y Jodhpur protagonizaron numerosos enfrentamientos entre sí durante los siglos XVIII y XIX.
Me quedé muyimpresionada por las huellas rojas de las manos de las viudas del maharajá (que aún se encuentran en la puerta Lahapol), que dejaron antes de lanzarse a la pira funeraria como ordenaba la práctica del sati (una práctica que abolieron los ingleses en 1829, donde la mujer se inmolaba en la pira funeraria del marido recién fallecido).
El exterior del fuerte, construido como una extensión de la misma roca de la montaña, no anticipaba en absoluto la delicadeza que encontraríamos dentro del palacio, que parecía sacado de una escenografía de Las mil y una noches. Recorrimos el palacio del Placer (Sukh Mahal), la Sala de los Espejos (Sheesha Mahal), el Palacio de la Perla (Moti Mahal) o el Phool Mahal (Palacio de la Flor) y también la colección de sillas para montar elefantes, ropa de la realeza, obras de arte e instrumentos musicales. Desde el fuerte las vistas eran espectaculares y la ciudad se veía como una pequeña mancha de color azul.
Las casas azules fueron pintadas por iniciativa de los brahmanes, que eran miembros de una casta alta y respetable. La costumbre se extendió al pueblo con la convicción de que ese color ahuyentaba a los insectos y hoy ya es parte de su idiosincrasia.



old jodhpur

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Del fuerte nos fuimos al cenotafio y crematorio real. Los cenotafios son tumbas vacías que solo sirven para honrar la memoria de los difuntos, ya que sus cuerpos se incineraban siguiendo la costumbre hindú y sus cenizas se esparcían en las aguas de los ríos o lagos sagrados.
El Jaswant Tanda fue construido en mármol blanco y dedicado al maharajá Jaswant Singh II, que fue quien trajo agua y prosperidad a Jodhpur. Visitamos el palacio donde vive aún hoy el maharajá, con museo y hotel 5 estrellas incluido (business are business).
Al mediodía hacía un calor que rajaba la tierra. Almorzamos con el guía en un tenedor libre bastante pasable donde nos dieron unas bandejas de metal con varios compartimientos que los mozos iban llenando de comida. No puedo explicar mucho qué comimos, pero era sabroso, picante y claramente no era para turistas.
Recorrimos los jardines de Umaid, donde en el medio de lagos y jardines había unos monumentos bellísimos con vacas, monos y ardillas incluidas. El lugar estaba bastante descuidado pero valía mucho la pena. Lindas fotos, linda gente. Todos los hindúes querían sacarse fotos con nosotros. A cada rato nos miraban de reojo y nos pedían permiso, nos abrazaban y posaban como para el casamiento de una hermana. Se iban cambiando los lugares y las personas del grupo, pero todos se llevaban nuestra foto como recuerdo para el álbum. Lo que a nosotros nos parecía muy gracioso, era que cuando lo dábamos vuelta teníamos la misma curiosidad: las vestimentas, los aretes y bigotes listos para ser fotografiados.
Los turbantes en los hombres y los saris en las mujeres no son algo solo decorativo, sino que se aplican a diferentes convenciones sociales. El color del turbante indica la casta, la religión y de que zona es su dueño. En Rajastan suelen tenerlos de color naranja. Los brahmanes se visten de rosado, los dalits de marrón y los nómades de negro. Según cómo se ate el turbante, es la casta o el pueblo al que pertenece. Las viudas se visten de blanco, las solteras con fucsias, rojos y amarillos. Solo se puede combinar rojo y amarillos si tuvieron un bebe hace poco. Las mujeres casadas tienen anillos en los pies, aros en la nariz y se pintan la naciente del pelo de color rojo. El bindiva o tercer ojo, antiguamente se usaba para relajar y silenciar el centro nervioso con pasta de sándalo o polvo de plomo rojo, pero hoy se usa de manera decorativa (también dicen que antes los hombres marcaban a sus mujeres con su sangre en la frente y que las protegía contra el mal de ojo). Había mucho para aprender.
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Terminado el paseo, nos guardamos la tarde para "ver que onda" con los muebles de madera y las artesanías que sólo se encontraban en esta ciudad. Había una calle que aglomeraba la mayoría de los negocios y Ummed nos dejó allí a las 5 de la tarde. Pensando que íbamos a dar solo unas vueltas, nos dimos cuenta de que queríamos comprarlo todo. Lugares enormes, con 6 o 7 pisos de galpones repletos de muebles tallados, figuras, adornos, tapetes, era imposible recorrerlos todos en un par de horas, ya que cerraban a las 7pm.
Como no podía ser de otro modo, terminamos comprando un comedor para nuestra casa, y un mueble antiguo tallado al que apodamos el sarcófago pero su nombre original era damchiya. Pasamos mucho estrés porque no era tan divertido el momento del regateo, teníamos mucha presión por elegir rápido, y cagazo porque no sabíamos si nos iban a mandar siquiera las bolsas protectoras con los globitos inflados. Decidimos que estábamos dispuestos a perder esa suma si no llegaban a Buenos Aires, pero que íbamos a ganar mucho más si los muebles lograban cruzar los océanos. Martín no tenía las tarjetas de crédito encima y perdimos mucho tiempo yendo hasta el hotel a buscarlas. Terminamos a las 9 de la noche, imaginando el momento de servir un buen curry en nuestra nueva mesa.
Si algún día volviera a la India, tendrá que dedicarle a esta ciudad unos cuántos días más.
Día 6. Jodhpur- Jaisalmer
El viaje en auto fue de 5 horas y muy soportable. El paisaje iba cambiando de a poco hasta que fueron apareciendo pequeñas dunas y el suelo se convirtió en arena. Hacía mucho calor, incluso para esa época del año. El guía sacaba la mano por la ventana del auto y nos iba diciendo muy serio “ahora hace 35º, ahora 41º”... Los guías turísticos deben tener una materia llamada “verso” con la que deben rendir el examen final.
Jaisalmer era el último paso de las caravanas antes de cruzar el desierto camino a Pakistán, donde se establecieron y construyeron sus havelis los ricos comerciantes a mediados del siglo XVIII. Todas las casas y las calles tenían el color de la arena. El fuerte que la custodiaba era tan perfecto, que parecía recién desmoldado de un baldecito de playa. Ummed nos acomodó en el hotel The Royale Jaisalmer frente a las murallas del fuerte, que sospechamos debía ser de algún familiar de nuestro agente de viajes y que entre sus virtudes ostentaba una pileta de natación. Akram, el dueño de la agencia que habíamos contratado, era oriundo de esta ciudad y justo cuando viajamos estaban en España visitando a la familia de Helena, su esposa catalana. La habitación era la más kitch de todas las que habíamos estado hasta el momento. Cada objeto calificaba para ser exhibido en un Kitchmuseum, pero todo junto, era para descostillarse de la risa.
Salimos a dar unas vueltas. La zona donde estaba el hotel nos pareció muy sucia y olía mal. Los jabalíes comían la basura cual aspiradoras entre la gente, las vacas parecían ratas metiéndose en los recovecos para buscar algo de comida. Y sin embargo…
Las casas eran increíbles, con balconcitos trabajados como si fueran una fina joya hecha en filigrana. Caminamos un rato entre las calles estrechas y almorzamos en un restaurante que quedaba en una planta alta, llamado Trio. Ahí probé el mejor plato de malai kofta (albóndigas de papa y queso cottage fritos, con una salsa especiada). Sin duda la comida que más me gustó fue la vegetariana. Los restaurantes tenían en su carta un menú vegetariano y no vegetariano, pero la gran mayoría de la cocina india no tiene carne, salvo algunas recetas con pollo, pescado y cordero. Las opciones eran variadas: lentejas, garbanzos, quesos, yogures, arroz y los infaltables chapatis y rotis (panes). La cocina variaba según la región. En el Norte se usaban muchos lácteos (cremas), mientras que en el Sur, el arroz y el coco eran irremplazables. Había tanta variedad en el menú, que no nos alcanzaban los días para probarlo todo.






Ummed nos pasó a buscar y fuimos a ver el atardecer a los cenotafios de Bada Bagh, a unos 6 km de la ciudad, enclavados en el medio del desierto (aunque Bada Bagh significa gran jardín porque habían construido una presa de agua convirtiendo la zona en un oasis). El silencio y los colores del entorno, donde cada rato se interrumpían por la aparición de algún pavo real, era sobrecogedor. El sol se escondió en una enorme bola naranja que se reflejaba en los monumentos.
No sabíamos nada de la actualidad mundial, si había explotado Japón o si había quebrado la bolsa de valores. Estábamos en otro mundo, como si nos hubiéramos metido en la máquina del tiempo. Después de ir por nuestro curry diario, fuimos en busca de un local que tuviera internet y encontramos uno a 4 cuadras del hotel. Estaba oscuro y me daba terror pisar un charco con agua podrida, una torta de vaca o un bebe jabalí. Recién ahí recordé que en algún blog recomendaban traer una linterna.
Nos acostamos e intentamos mirar la TV, pero en el 90% de los canales pasaban videos musicales hindúes, con un hombre engominado luciendo su camisa brillosa y caminando entre rosas, mientras la mujer le cantaba con voz finita y chillona desde atrás como suplicando atención. El tipo movía la cabeza como los perritos con resorte de los colectivos. “Verynais” nos dirían ellos en un inglés como el de Apu de Los Simpson.
Día 7. Jaisalmer
Calor, calor y mas calor. Según la mano de Ummed, hacía unos 42 grados, pero a mí me parecía más. A veces se nos hacía difícil la caminata, en especial al mediodía y en las primeras horas de la tarde.
Empezamos temprano por adentro del fuerte, una ciudad amurallada donde vivía el 20% de la población. Lamentablemente está en peligro de destrucción por la cantidad de lluvia que cayó en los últimos años y por el número de visitantes que recibe. En India hay muchos extranjeros, pero la mayoría de los turistas son indios que se mueven por el país con sus familias enteras.
Las calles eran angostas y el color arena de los pisos y las paredes contrastaba con los saris de las mujeres que se movían entre los edificios y templos. Dentro del fuerte había 7 templos jainistas más pequeños y más hermosos que los de Ranakpur y dos templos hinduistas. Adentro de las murallas la mugre aminoraba, no había tantas vacas ni tantos jabalíes. Todo era fascinante y apacible.
La mayoría de las casas tenían un símbolo pintado en naranja parecido a una esvástica. Al principio me daba mucha impresión, pero en realidad era un símbolo antiquísimo que se encontraba por todas partes, en la entrada de las casas, los templos y altares. En el hinduismo, los dos símbolos representan las dos formas del Brahman: en sentido de las agujas del reloj representa la evolución del universo y en sentido antihorario representa la involución del universo. Pero el uso extendido en las puertas de casi todas las casas, es como señal de buena suerte. La esvástica se tiene por un símbolo sagrado y de buen auspicio entre los hindúes y está relacionado con el dios Ganesha.
Una señora muy mayor nos hizo señas para que la siguiéramos hasta su casa. Nos hizo subir unas escaleras y nos mostró donde vivía, dónde dormía y cómo cocinaba, a cambio de unas monedas. Parte del asunto.
Almorzamos otra vez en Trio, donde nos pedimos Kashmiri pulao (arroz con frutos secos y ananá), malai kofta, handi maans (cordero desmenuzado al estilo mongol con salsa de tomate y especias), roti (pan finito y crocante) y como había sobrado mucha salsa, tuvimos que pedirnos un garlic naan.
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Después de recorrer algunas tiendas por el centro, nos pasaron a buscar para ir a ver el atardecer en el desierto del Thar, que quedaba a 1 hora en auto de la ciudad. El desierto pertenece parte a la India y parte a Pakistán y se conocía como la Tierra de la Muerte, ya que eran lugares transitados sólo por mercaderes y caravanas de camellos cargados de especias.
Al llegar nos esperaban unos bellos jamelgos para darnos una vuelta por las dunas, que eran bastante altas pero que tenían algunos arbustos y rastrojos que se plantaron para que no se volara la arena. Una lástima, porque me hacía ilusión ver un desierto árido como el del Sahara.
Nos subimos a los camellos sin miedo, porque ya habíamos tenido experiencias previas, pero siempre es un momento raro cuando se para con las patas de adelante y después las de atrás, dejándote en una posición extraña respecto del piso y con una altura considerable. En el recorrido vimos camellos salvajes y una manada de cervatillos. Algunos de los tours organizados incluían bailes y música típica del desierto, pero por suerte Ummed nos sacó de ahí y volvimos a la ciudad. Después de una buena cena donde pedimos hara bhara sheek kebab (kebab de vegetales con queso) y cordero al curry, arroz con comino y cheese naan, volvimos a descansar al hotel.




Día 8. Jaisalmer - Jaipur
Como a las 4 y media de la tarde nos tocaba el primer viaje en tren. A la mañana aprovechamos para dar la ultima vuelta por Jaisalmer, intra y extra muros.
El tren era decente. Ummed nos acomodó las valijas en el vagón asignado, después de espantar a todos lo que venían a ofrecer algún servicio (confieso que el que arreglaba los ganchitos de los cierres nos hubiera venido muy bien). Me daba lástima despedirme de nuestro querido guía, ya teníamos frases cómplices y era muy respetuoso de nuestros tiempos y deseos. En la estación de Jaipur nos esperaría un nuevo chofer (el encuentro ya no era algo que nos inquietaba), pero no me llamaría maharani. A Ummed le regalamos unas fotos que mandamos imprimir del día de Holi y una buena propina.
El sistema de la agencia de viajes (Blackpepper tours) era maravilloso y nos sentimos muy cuidados y acompañados por Helena y Akram en todo momento. Hacían que el chofer los llamara cada vez que llegábamos a una ciudad diferente (eso era cada dos días), se interesaban por cómo estaba yendo todo, cómo nos sentíamos y nos daban algún consejo de viaje.
En los trenes de Jaisalmer no había primera clase, así que viajamos en segunda con aire acondicionado. Por suerte estábamos solos en un vagón donde había 4 camas. Miramos 2 pelis, nos clavamos el somnífero (no sin antes ponerle cadenas a las valijas por recomendación de otros viajeros), y dormimos algunas pocas horas. Era un tren lechero que paraba en todas las estaciones, entraba y salía gente, sonaba la bocina del tren, así que fueron más o menos unas 3 horas de sueño.
Día 9. Jaipur
A las 5 am nos esperaba nuestro nuevo guía Manoj, a quien apodamos Manu. El hotel Devraj Niwas estaba buenísimo, contrariamente a lo que veníamos curtiendo con los hoteles kitsch y pretensiosos, este era minimalista, nuevo, y estilo europeo. Fue como un oasis después de tanto polvo. A las 7.30 salimos hacia el fuerte de Amber (a 11 km de Jaipur), así que no tuvimos mucho tiempo para reponer horas de sueño. Desayunamos el clásico masala omelette y partimos. A las 10 am ya hacía un calor de morir.
Como casi todos, hicimos la subida en elefante. Deben ser más o menos unos 100 animales para la cantidad de turistas que van por día. La cola no era larga y lo tenían bien organizado: un pibe iba gritando el nombre de los elefanteros que se acercaban a una torrecita donde subía la gente y de ahí a sentarse al lomo del animal. Menos mal que el trayecto era corto porque la bestia se bamboleaba tanto que me hizo sentir muchas náuseas. Nunca me imaginé que tenía que tomar Reliverán para andar en elefante. El holi en Jaipur es también el festival del elefante, así que todas las trompas estaban pintadas de colores. Aunque los defensores de los derechos de los animales se me tiren encima, debo confesar que era un lindo espectáculo.
Dicen que el mejor momento para realizarlo es al amanecer (se evitan largas colas), y a esa hora la luz se refleja en el lago Maotha, en las paredes de la fortaleza y su muralla.
El palacio fortificado de Amber, hecho de arenisca roja y mármol blanco se erigió como capital del estado de Jaipur. Es importante contratar un guía para aprovechar mejor la visita porque a los recorridos se les suman historias y anécdotas de sus habitantes, pero a nosotros nos tocó uno medio nabo y encima toquetón. Estaba obsesionado con el tema de los eunucos que usaban las mujeres del maharajá y las poses del Kamasutra. También aprovechó para sacarse una foto conmigo y apretar todo lo que pudo su pecho contra el mío.
Subimos por una escalera estrecha hasta el templo de Kali, de ahí pasamos a los departamentos del mahrajá. Visitamos el vestíbulo de los espejos, donde la llama de una sola vela iluminaba toda la habitación.
A la tarde nos fuimos a recorrer Jaipur, la capital de Rajasthán, llamada también "la ciudad rosa". Al igual que la ciudad azul, el color rosado obedecía a una o varias teorías. La primera hacía alusión al deseo del Maharajá Jai Singh de emular el color de los edificios construidos con arenisca roja durante el imperio mongol. La segunda y más afianzada, era debido a la visita de la Reina Isabel y el Príncipe de Gales. El color rosa, simbolizaba la hospitalidad para los dirigentes de Jaipur, y fue el Maharajá Ram Singh quien ordenó a sus súbditos que pintasen las fachadas de los edificios más importantes, especialmente aquellos cercanos a los templos y fuertes, para recibir a los visitantes.
La tercera versión afirmaba que en el estado de Rajasthán existía un tipo de arenisca de tonalidad rosa terracota única, empleada por primera vez para la construcción del Palacio de los Vientos en 1799.
La verdad es que era un rosa polémico porque a veces se me hacía un poco más anaranjado, de todos modos resultaba cautivador.
El Palacio de los Vientos formaba parte del palacio y era la cámara de las mujeres destinada al harén. Con sus cinco pisos de altura, las casi mil pequeñas ventanas de forma semioctogonal se asomaban a la calle principal de la ciudad antigua, con el objetivo de que las féminas pudieran ver a través de ellas y sin ser vistas, el incansable vaivén de la gente de la ciudad.
A los pisos superiores se accedía mediante rampas. Aunque el palacio conservaba poco más que la fachada original, desde arriba uno sentía que tenía la ciudad a sus pies.


fuerte amber

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Caminamos por old Jaipur, vimos algunos bazares con baratijas tipo Plaza Miserere, pero fue interesante ver la gente y sus costumbres. Compramos artesanías, té negro, y me anime a comprar un traje típico de seda color verde.
Obviamente fuimos al City Palace (prometiendo que ese sería el último porque casi todos eran del mismo estilo y hechos por el mismo maharajá) y a los cenotafios reales de Gaitor.
Manu nos llevó al observatorio astronómico, un complejo de enormes instrumentos de medida de tiempo y precisión de las estrellas construido en el siglo XVIII, llamado Jantar Mantar. No era un edificio, sino un gran patio repleto de construcciones que a primera vista parecían esculturas extravagantes. Los relojes de sol gigantescos convivían con astrolabios de hasta dos metros de diámetro construidos entre 1727 y 1733. Había muchas referencias religiosas, ya que los astrónomos indios eran también sacerdotes que estudiaban el cielo para predecir el futuro de una cosecha o de una persona. Interesante, pero me gustaba más el lado oscuro de la vida de la ciudad.
A las 6 de la tarde nos empilchamos para ir al cine Raj Mandir, el más grande de la región. Ese día estaban dando "Patiala House" un dramón de 3 horas de duración, donde los sijs eran protagonistas, en una historia que se mezclaba con un jugador de criquet, que se mezclaba con la vida en un gueto indio de Londres, que se mezclaba con coreografías de baile y canciones, que se mezclaba con decorados increíblemente kitchs. La gente en el cine comía samosas, los padres se iban cambiando de butaca en butaca para buscar el mejor lugar para su familia, algunas madres trataban de callar a sus bebés.
Nos quedamos 1 hora y no aguantamos más. En el medio de un dramón de aquellos porque los sijs eran discriminados en Londres, el sij más autoritario de la familia se ponía a cantar y a bailar moviendo el turbante azul de acá para allá: esos mismos movimientos se replicaban en varias de las personas que estaban sentadas en las butacas del cine. Era todo tan bizarro que las de Isabel Sarli eran obras de arte. Lástima que no nos tocó alguna comedia. Salimos en busca de una buena comida y encontramos por la zona un lugar donde servían thali vegetariano, que era una especie de bandeja con muchas cosas dulces y saladas. Mi cuerpo no aguantaba un minuto más y necesitaba dormir.
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Día 10. Fatephur Sikri-Agra
Nos levantamos a las 9. Después de desayunar partimos rumbo a Agra (240 km) haciendo 2 paradas.
La primera fue en el templo de los monos, donde quedé totalmente maravillada. En ese complejo había 3 templos hindúes muy mal conservados, pero la gente de los pueblos más cercanos venía a tomar su baño en las enormes piletas. Una era para las mujeres y sus niños, otra para varones y la tercera para los monos. El agua de las 3 era obviamente verde. Todos se iban sacando la ropa con una destreza increíble para que no se viera nada y se bañaban como si estuvieran en el mejor de los jacuzzis.
Me quedé sentada mirando las divertidas zambullidas de los monos que desde el borde se tiraban como si fueran expertos nadadores.
Un señor que se ufanaba de haber salido en la National Geographic por ser amigo de los monos, se acercó a conversar con nosotros y nos dio un poco de pan para tentar a los primates.
Confieso que al principio me morí de miedo, pero después de sentir su manito su sobre la mía (la del monito, no la del viejo) tuve la sensación de algo conocido y me relajé. Ahí dejé que me rodearan: uno me saltó en la espalda, otro me tiraba los pantalones. El entorno de los templos entre las montañas hacía la experiencia aún más disfrutable.







La siguiente parada fue Fatephur Sikri. Una ciudad muy bien conservada construida por el emperador mogol Akbar, que mezclaba arquitectura de varias religiones. El lugar era increíble, con espejos de agua y pájaros que atravesaban de un templo a otro, sin embargo, era un ciudad sin vida, una ciudad abandonada, un monumento que albergaba sólo a los turistas que la visitaban.
Justo atrás, la Gran Mezquita era espectacular. La entrada era una puerta de 50 metros, con patios, portales y salas, en cuyo centro se erigía la pequeña y hermosa tumba de mármol blanco de Shaikh Salim Christi: el santo ermitaño que según la leyenda concedió la gracia de tres hijos al emperador Akbar, y por el cual éste construyó la ciudad de Fatehpur. Este lugar todavía seguía siendo un importante centro de veneración al que centenares de hombres y mujeres se acercaban para depositar flores y monedas sobre el cenotafio, con la esperanza de ser bendecidos con un hijo.
En contraste con lo que habíamos visitado antes, la mezquita acogía a miles de fieles y el movimiento de gente era interminable. Vendedores, hombres rezando, fumando, otros a la sombra conversando, y más allá las lápidas de alguna personalidad importante de otros tiempos.









Llegamos a Agra casi a las 6 de la tarde justo a la hora de la puesta del sol, pero no teníamos chance de llegar para verla. Para mí, la mejor ecuación para visitar Agra era llegar un rato antes del atardecer, ir al Taj, levantarse al amanecer para volver al Taj y recorrer el resto de los monumentos de Agra para salir ese mismo día. Es decir, una noche cubriendo de atardecer a atardecer.
El hotel Pushp Villa era pasable y no tenía wifi. Ni siquiera estaba bien ubicado así que es olvidable. El calor seguía sin dar tregua, pero a la noche estaba más agradable. Salimos en busca de un lugar que tuviera Internet y cenamos el curry del día. Estábamos muy cansados y nos esperaba un madrugón.
Día 11. Agra
En las afueras de la ciudad se multiplicaban los rickshaws, las carretas, las vacas y la gente. Todo el mundo parecía estar comprando o vendiendo algo, viajando apurados hacia alguna parte. Bocinazos, mugidos y gritos se mezclaban con el olor de la bosta de vaca y el sudor de los camellos. Agra me pareció horrible, y no había chances de encontrarle la parte pintoresca. Lo único que la salvaba (con creces) eran los monumentos.
Nos levantamos a las 6 para ver el amanecer y los cambios de luz en el frente del mausoleo. Por muchas fotos que se hayan visto del Taj Mahal, por mucho que se haya oído hablar de su magnificencia, es imposible no rendirse ante semejante belleza.
Como buena romántica, quedé encandilada por la historia de amor que envolvía al lugar.
Érase una vez un príncipe llamado Shah Jahan, hijo del emperador mogol de la India y futuro heredero del trono. Un joven apuesto, ambicioso, con muchas inquietudes, que con tan sólo 14 años, decidió aventurarse dentro de los misterios del Bazar Meena, en la ciudad de Agra. Fue allí donde vio envuelta entre gemas preciosas y aromas de especias, a una princesa persa llamada Arjumand Banu Begum. El flechazo fue instantáneo, y el príncipe se animó a declararle su amor.
Tras presentarla en la corte y tomarla como esposa, Jahan cambió el nombre de la princesa al de Mumtaz Mahal (la joya del palacio). Durante los años siguientes, vivieron una gran historia de amor donde descubrieron parajes de ensueño, tomaron grandes decisiones respecto del país y tuvieron muchos hijos. Sin embargo, la tragedia cayó sobre el matrimonio en 1631, cuando la emperatriz murió debido a las complicaciones surgidas durante el nacimiento de su decimocuarto hijo. Oculto en las sombras del luto, el príncipe lloró la muerte de su esposa durante meses, sintiendo que esa pérdida merecía un digno homenaje. En 1632 comenzó la construcción del mausoleo más famoso del mundo, un palacio nutrido por las influencias de las culturas mongola, persa e india, salpicado de fuentes, mármoles, piedras preciosas y coronado por las cúpulas que convertirían al Taj Mahal en el icono más glorioso de la India. Después de veinte años y gracias al trabajo de más de 22 mil personas (arquitectos, obreros y artesanos a los que, según la leyenda, el príncipe amenazó con cortar las manos de aquel que moldease una joya arquitectónica igual o superior al Taj) el mausoleo fue terminado.
Aurangzeb, el tercer y más rebelde hijo de Shah Jahan, pensando que su padre estaba derrochando todas las riquezas en esa obra, conquistó la ciudad y encerró a su padre en el Fuerte de Agra,. Desde la ventana de su celda, Jahan podía ver el Taj Mahal terminado, y pidió como única concesión el traslado de la tumba de Mumtaz al lugar que siempre había soñado para ella. Finalmente, el emperador murió en 1666 y su cuerpo fue trasladado junto al de su amada.
Éramos miles de personas esperando la salida del sol. Recorrimos el mausoleo descalzos, sintiendo la tibieza de su mármol blanco, cuya capacidad para cambiar la tonalidad de acuerdo a la luz del día era extraordinaria. La mayoría de los visitantes eran indiosy el vaivén de la ropa colorida de las mujeres le daban vida a un edificio que fue construido para albergar el cuerpo de un difunto.
Según la descripción del Corán, los cuatro jardines que rodean al edificio son una recreación del Paraíso, y las cuatro torres que flanquean el edificio están inclinadas hacia fuera porque si caen, no dañarán el complejo central. El agua de los estanques estaba quietísima, perfecta para hacer la clásica foto en la que la cúpula se refleja en el agua, pero había que ingeniárselas para que no salieran algunos de los cientos de turistas que esperaban para tener la misma postal.
Nos quitamos los zapatos y nos pusimos en la cola para entrar al mausoleo. Admiramos los finos tallados de los muros, las incrustaciones policromadas y el mármol que lo cubría todo.




Volvimos al hotel a dormir un rato más. Teníamos que aprovechar porque nuestro tren a Varanasi salía a las 23.30 y debíamos dejar la habitación a las 12. Resuelto el check out, no tuvimos mejor idea que ir al Fuerte Rojo pasado el mediodía. Decían que hacía 40º pero si le sumábamos el polvo y la humedad, debíamos rondar lo 50º. Creí que moría derretida. El fuerte era bellísimo, mucho más que todos los que habíamos visto. Fue construido por el mismo arquitecto del Taj. levantado por el mítico emperador Akbar en el siglo XVI con arenisca de intenso color rojo y repleto de recintos palaciegos añadidos por sucesivos gobernantes, incluido el hijo del emperador Shah Jahan. Bello bello.
Después de la gran deshidratación sufrida entre los muros rojos, nos fuimos a comer algo a un bazar espantoso, como todo lo que no es un monumento en esta ciudad.
A las 4 nos llevaron al Baby Taj, que era la tumba del visir de Akbar. El Itimad-ud-Daulah es un mausoleo hecho de mármol blanco con piedras preciosas, que se construyó para enterrar al abuelo de Mumtaz Mahal.
La puesta de sol la veríamos del otro lado del río Yamuna para apreciar mejor los cambios en las tonalidades sobre el Taj Mahal. Caminamos unas cuadras hasta llegar a un claro polvoriento. Nos cruzamos con algunos monjes vestidos con sus túnicas naranjas y por supuesto, con algunas vacas. En un momento, una nube de mosquitos apareció para perseguir a Martín, que se iba corriendo para un lado y para otro sin conseguir escapar de ellos. Era muy gracioso porque la pequeña nube negra se quedaba sólo arriba suyo.
El río estaba muy tranquilo y cada tanto pasaba algún que otro bote que rompía la imagen reflejada de ellos mismos. Sólo se escuchaba el ruido de los pájaros que en bandada atravesaban de un lado a otro. El sol comenzó a bajar y todo se tiñó de tonalidades naranjas. Por detrás de las cúpulas del Taj comenzaron a pintarse los lilas y rosados. Todo seguía en silencio a pesar de que se había juntado algo de gente a nuestro alrededor. Era como si respetáramos aquel silencioso ritual conmovidos por tanta belleza.
Cuando regresamos al auto, unos pájaros que por el tamaño parecían pelícanos, empezaron a volar sobre nuestras cabezas. Eran murciélagos. Volvimos polvorientos y contentos.

fuerte agra

fuerte agra

fuerte agra

baby taj

baby taj


rio yamuna

rio yamuna

taj mahal

Teníamos que esperar la salida del tren y soportar las 12 horas y media hasta llegar al destino. Compramos unas bananas y unos paquetitos de papas fritas para el desayuno. Esa noche se jugaba la copa mundial de criquet, que para los hindúes, sería el equivalente al campeonato mundial de futbol nuestro. El 30 iban a enfrentarse en la final India vs. Pakistán (un Brasil-Argentina) pero agravado porque se le sumaba que las relaciones entre ambos por el tema de la zona de Cachemira estaba muy tensa. Para ejemplificarlo en algo cotidiano, unos días antes habíamos ido a comprar unas alfombras y el vendedor iba separando de una enorme pila, y ponía las que nos gustaban del lado al que él llamaba de India y las que no del de Pakistán.
El viaje en tren fue desastroso, como aquellos que uno lee en los blogs y piensa que nunca le van a tocar. Como no somos europeos y planificamos nuestro viaje con 6 meses de anticipación, al momento de sacar los boletos de tren ya estaba todo vendido. Nos tocaron las cuchetas del pasillo, que además de ser mas angostas, eran súper transitadas.
Yo había quedado muy satisfecha después de haber cenado en el hotel que aloja a los choferes y al que Manoj nos llevó amablemente para que podamos limpiarnos los pies, en un baño que parecía más sucio que todo lo que habíamos pisado en el día. A cambio, él recibiría una cena gratis. Al llegar a la estación de tren ya me sentía bastante mal, pero cuando vi los lugares que nos tocaron, me sentí mucho peor. Tratamos de acomodarnos como pudimos y miramos una peli hasta que el fármaco hizo efecto y nos dormimos. Unas tucumanas que estaban en otras cuchetas nos ofrecieron su ayuda, además de mate y pan con queso. A la mañana desde mi cama, que era la de abajo, vi pasar una lauchita que corría por el pasillo y decidí levantarme para estar mas alerta. Si aparecía alguna otra alimaña, estaba dispuesta a tirarme del tren. Me paré al lado de una puerta con mi máquina de fotos para hacer que el tiempo se me pasara más rápido.
Día 12. Varanasi
Llegamos a la estación pasado el mediodía, donde nos esperaba un nuevo chofer para llevarnos al Ganges View, que quedaba en el Assi ghat. Los ghats son las escalinatas que bordean la costa del Ganges. Cada tramo tiene su nombre para poder diferenciarlos por zonas.
El hotel era decente. Le habían puesto onda y estaba increíblemente ubicado. Caminábamos por los ghats y en 10 minutos estábamos en el centro neurálgico de Varanasi. Esa caminata era maravillosa porque estaba llena de rituales, santones, gente bañándose junto con sus animales, botes de colores, hombres ensimismados en su meditación y sus rezos.
Si la India es un país que vivía en ósmosis con sus divinidades, la ciudad de Varanasi era el epicentro de la fe y el lugar que provocaba el shock cultural más intenso, por lo menos de lo que habíamos recorrido.
Ubicada a orillas del río Ganges, era una de las siete ciudades sagradas del hinduismo, el jainismo y el budismo. Según la leyenda, fue fundada por el dios Shiva hacía más de 3000 años y fue un centro religioso dedicado al dios del Sol, Suriá.
En Varanasi, la India volvía a ser un lugar fascinante e intenso, comparable a la experiencia de los primeros días. Dejamos atrás monumentos, palacios y cenotafios para sumergirnos en imágenes impactantes y extremadamente movilizadoras. Los colores se me colaban por todos lados y la fe me iba dando palmaditas en la espalda. De algún modo, uno empezaba a hacerse algunas preguntas para poder entender.






Fue ese primer día que me encontré frente a uno de los crematorios de Varanasi. Mi corazón comenzó a latir con más fuerza y la mente se nublo de llanto. Yo había leído sobre su significado y principalmente el que ellos le daban al ritual, pero tenerlo ahí enfrente, sin vallas ni veladuras, me provocó una angustia enorme. No quería ver y a la vez era inevitable. El olor de la leña y la carne invadía todo el espacio. La vida y la muerte como parte del todo, de la trascendencia, o de una simple caminata.
Para los hindúes, aquel que muriera en Varanasi quedaría liberado del ciclo de las reencarnaciones. Los baños eran considerados purificadores y todo hinduista debía visitar la ciudad al menos una vez en la vida. Millones de personas enfermas llegaban hasta aquí para pasar sus últimos días, y otros miles de cadáveres eran transportados para ser cremados, arrojando sus cenizas a las aguas sagradas.
Cientos de kilos de leña se apilaban para ser quemados junto a algún cuerpo. Envueltos sólo en una mortaja, se demoraba unas tres horas en convertirlos en cenizas.
Seguimos caminando y volvimos a conectar todos los sentidos. Al atardecer en el ghat más importante se realizaba una ceremonia en la que se hacían ofrendas de velas y flores al río. Esa penumbra con el reflejo de la pequeña llama tratando de sobrevivir en el agua, era realmente estremecedora.
Cenamos algo y nos fuimos al hotel. Casi no habíamos dormido en el tren y aún nos esperaba una caminata considerable para llegar.
Vimos otro par de hoteles interesantes y bien ubicados: el Amritara Suryauday Haveli , el BrijRama Palace y el Guleria Kothi
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Día 13. Varanasi
Nos levantamos a las 5 para ver el amanecer desde un bote en el medio del Ganges. En las aguas sagradas aún flotaban olvidadas, aquellas flores anaranjadas que sirvieron de ofrenda la noche anterior.
A las 6 de la mañana ya había una actividad palpitante. Cientos de personas se venían a bañar, afeitar, lavar la ropa que prolijamente secaban en el piso polvoriento de las escalinatas (estoy segura de que nuestras sabanas del hotel eran lavadas y secadas de ese modo), algunos se rasuraban la cabeza para honrar a los muertos, hacían yoga, tomaban agua sagrada y turbia del río, chapoteaban y se santiguaban.
El rio era la vena principal de esta ciudad. Le daba la razón y la fuerza que poseía junto a su espiritualidad. Desde el bote vimos flotar un muerto amortajado y una vaca patas para arriba. A ambos los barqueros empujaron con los remos tranquilamente hacia adelante para que no se chocara con sus barcas.
“¿Por qué hay un muerto flotando en el río, si los creman a todos?” pregunté con un nudo en la garganta. A las embarazadas y los niños no se los cremaba porque su alma era pura, sólo se los envolvía en tela junto con algunas piedras y se los dejaba a la deriva, pero muchos de ellos volvían a la orilla.
Caminamos todos los ghats de una punta a la otra. Atravesamos dos de los crematorios. En el Ghat mas importante llamado Manikamika se cremaban de 300 a 400 cuerpos por día, y en los edificios que se encontraban atrás de ellos, vivía gente que venía a morir a Varanasi, ya sea por enfermedad o por vejez, para lo que disponían de personas que los cuidaban hasta el momento de su muerte. Para ellos, el fuego purificador liberaba el alma del cuerpo y morir en Varanasi era cortar con el ciclo de reencarnaciones para alcanzar directamente el Nirvana.
Los únicos que podían tocar y cargar a los muertos eran los de la casta mas baja, un trabajo que se hereda y que les permite sobrevivir.
Cada cultura lo vive de manera diferente, puede ser muy angustiante para nosotros y muy liberador y esperanzador para ellos. Creer tiene grandes beneficios a la hora de la muerte...




La ciudad hasta el mediodía estaba atravesada por sogas y ropa colgada de todos los colores. Había que ser muy cuidadoso para no pisar las telas, que estaban desparramadas por todos lados.
Nos metimos otra vez en el bazar a comprar boludeces y caminamos como locos. No teníamos ganas de ver monumentos, y anduvimos deambulando por las calles paralelas al río. En cada cuadra podía haber hasta tres templos, algunos importantes y otros tan pequeños que nos dábamos cuenta de su existencia por las ofrendas que dejaban en su puerta. Los más importantes tenían una cola enorme de gente y monjes esperando para poder entrar.
En los ghats todo era mas tranquilo. Ritos y rituales por todos lados. Todos transaban con algo: unos compraban velas, otros vendían arreglos de flores, otros recibían clases de los budistas, otros hacían yoga, mas allá te pintaban el tercer ojo, rezaban, rezaban y rezaban.
Por todos lados se podían ver los sadhus, que eran los ascetas o monjes hinduistas. Un sahdu vive incluido en la sociedad, pero intenta ignorar los placeres y dolores humanos. Renuncian a todos los vínculos que los unen a lo terrenal o material en la búsqueda de los verdaderos valores de la vida. Es la cuarta fase de la vida en la religión hindú, después de estudiar, de ser padre y de ser peregrino.
Iban descalzos, algunos vestidos con una especie de pañal y nada más. Los más extremistas desnudos y pintados con cenizas. La mayoría vestían túnica y turbante naranja. Tenían la frente totalmente pintada, barbas largas, pelos largos con trencitas o rastas y muchos collares.
Las marcas que se hacían en la frente tenían formas diferentes según las sectas: quienes veneraban a Vishnu lo ponían en forma de U y en rojo, amarillo o naranja, si era a Shiva iban 3 líneas horizontales de ceniza. Los hombres se hacían un punto alargado o tilaka y las mujeres redondo o bindi.









Día 14. Varanasi-Delhi
A las 7 am en los templos de al lado empezaron a tocar bombos y platiillos, mientras sonaban las campanas y los perros ladraban sin parar. Imposible volver a dormirse.
Decidimos tomarnos la mañana del último día para caminar, mirar, oler y sentir la India. La ciudad nos hipnotizaba y a la vez nos engullía. Nos metimos en los ghats, en el bazar, en los templos, chocamos con el rickshaw contra una bici, nos ensordecieron las bocinas, nos salpicamos con el meo de una vaca, nos vimos reflejados en el Ganges, nos mezclamos con la gente, regateamos, caminamos a sol partido, probamos el chai masala y volvimos al hotel empapados en sudor.
Era verdad lo que nos decía la gente: a la India hay que vivirla y sentirla. Me gustaba sentir que ya no me sorprendían las vacas en la mitad de la calle o no me importaban los pies sucios y polvorientos. Aquellas babeles escenográficas de pronto se tornaban familiares y acogedoras.
La India era un paraíso enmarañado al que había que volver, por lo menos para comprobar si las impresiones que nos dejó no fueron un desvarío de la mente, un deslumbramiento de la memoria. No volví con los pantalones babucha, ni con un aro en la nariz, ni con las manos pintadas de hena, ni con una marca en la frente, volví llena de felicidad y de historias, de fotos que tenía en la maquina y otras que espero no se me borren de la retina.
"Namaste" y gracias por estar.
Hasta el próximo viaje.
Recomendaciones de Restaurantes y comidas de Helena y Akram (@redbinditours)
Algunas comidas:
Panner Pakora: queso fresco rebozado, es mas como un pica pica o tentempie, no pica nada.
Palak Panner: salsa fina de espinacas con queso blanco. Muy rico, se come con chapatti (pan).
Jeera Aloo: patatas cocidas con cumino. Deliciosas!
Kashmiri Pulao: arroz basmati con frutos secos o frutas que haya en la cocina. No es picante.
Dhal: lentejas con tomate… se comen con chapati.
Masala Dosa: comida tipica del sur de la India. Es como un gran crepe crujiente y por dentro
lleva patata, tomate… depende del lugar picara mas o menos. Yo incluso a veces
me pido plain dosa (sin relleno) y me la como con la salsa de coco (cuthney).
Chapati: pan redondo aplanado
Cheese naan, garlic naan: pan riquisimo con queso o ajo.
DELHI
UNITED COFEE HOUSE (15-E CONNAUGHT PLACE)
Si os encontrais en Connaught Place y os apetece comer bien, este local es una buena opcion. Esta muy bien ambientado y tienen carta multi cuisine. Precio aprox. 6 euros/persona (1 plato).
KARIM’S (JAMA MASJID)
En el vibrante barrio de Chandi Chowk, en uno de los callejones que desembocan a la Jama Masjid, se encuentra este restaurante que se ha convertido en toda una institucion en Delhi. Sirven pollo o cordero tandoori (cocinado en un horno) delicioso, aunque no debeis olvidar pedir que os aconsejen el menos picante. El pan cocido en el horno es riquisimo. Precio muy economico.
MILANS THE CHEF (love at first bite) (SHOP N1, 15 A/9 AJMAL KHAN ROAD, KAROL BAGH)
Es un local pequeno que hace esquina, es muy nuevo y esta decorado con colores amarillos, verdes, naranjas… Hacen thalis y comida rapida de la India. Muy economico. Esta a 1 minuto de vuestro hotel.
PIND BALLUCHI, THE VILLAGE RESTAURANT (2105 D.B. GUPTA ROAD, KAROL BAGH, HOTEL GAUTAM)
En el mismo barrio que vuestro hotel. Recuerda un poco el “café de les fades” de Barcelona. Hay otro restaurant de la misma cadena en Connaught Place. Precio medio.
JAISALMER
JAISAL ITALY (INSIDE THE FORT)
Los platos de pasta y las pizzas de base fina son deliciosas, autentico sabor italiano, usan productos frescos y no pica nada. Las vistas desde del fuerte iluminado desde la terraza son formidables y el interior tambien tiene mucho encanto. Es romantico. Precio economico.
SAFFRON (GANDHI CHOWK)
Se trata de una antigua haveli propiedad de la familia real de Jaisalmer reconvertida en Hotel y restaurante. Es un poco mas caro que el anterior pero la cocina India es muy elaborada y tiene un ambiente agradable. Precio medio.
TRIO (GANDHI CHOWK)
Este conocido restaurante es uno de los mejores de la ciudad. Desde las mesas ubicada en la terraza hay buenas vistas de la fortaleza. Podreis comer pollo, carne, pasta o comida tipica Rajasthani. Precio medio.
DESERT BOY’S DHANI
Restaurante situado en un romantico jardin donde podreis cenar a la luz de las velas. Cocina India vegetariana.
KANCHAN SHREE (GADISAR ROAD)
Si quereis tomar un buen Banana Lassi o Sweet Lassi (batido de yogurt con fruta), no dejeis de ir a la heladeria de la ciudad. Son buenissimos, van bien si teneis algun problema estomacal y son muy energeticos y refrescantes.
*No dejeis de subir a las terrazas que encontreis dentro de la fortaleza; tienen unos balcones con cojines enormes, donde os podreis relajar mientras disfrutais de unas fantasticas vistas de la ciudad acompanados de un buen chai (variedad de te local con leche y especiado).
JODHPUR
GYPSY (689, 9TH C ROAD SARDARPURA)
Restaurante de estilo moderno de comida rapida tipica de la India. Economico y muy recomendable. Si sois golosos no os perdais el delicioso Vulcano de chocolate o alguno de sus helados.
ON THE ROCKS
Restaurante ubicado en un bello jardin con musica de fondo, donde sirven deliciosa comida india y continental. Por la noche es un pub.
MEHRAN TERRACE
Se encuentra dentro del fuerte Mehrangarh de Jodhpur, justo pasada la entrada. Sirven platos basicos de buena calidad. Precio economico. Ideal si quereis comer antes o despues de la visita del fuerte o tomar un refresco.
TIENDA DE ZUMOS Y LASSIS
Esta en el centro de la ciudad, en una de las esquinas de la plaza del Reloj (la mas proxima al hotel Pal Haveli que sale en todas las guias). Hay dos puestos, teneis que ir al que vereis que esta lleno de la gente local. Zumos de pina, mango, manzana, papaya, platano… son deliciosos.
UDAIPUR
RESTAURANTE AMBRAI (Out side Chand Pole)
Se trata del restaurante de un pequeno hotel (Amet Haveli). Esta al aire libre en un bello jardin que tiene unas vistas formidables del lago y del palacio.
JAG MANDIR
En medio del lago se encuentra la pequena y encantadora isla de Jag Mandir donde hay un pequeno templito hindu y unos jardines. Podeis tomaros un coctel mientras disfrutais de unas vistas extraordinarias del Palacio de marmol y el City Palace a la hora de la puesta de sol o quedaros a cenar en su restaurante (precio alto, menu 12oo inr). Se llega en barca.
*Podeis subir a cualquier bar con terraza para ver las vistas del Lago Pichola y el palacio de marmol blanco y la isla de Raj Mandir.
JAIPUR
PEACOCK RESTAURANT (PEARL PALACE HOTEL)
Esta curiosa terraza tiene un aire bien peculiar con sillas de hierro de diversas formas y un agradable ambiente mochilero. El lugar nos encanta porque se escapa de los convencionalismos y su buen servicio.
THE FORRESTA (hotel Devraj Niwas)
Muy recomendable, tiene una sala cerrada con aire acondicionado y un espacio abierto con plantas y bamboos. Buena relacion calidad-precio. Precio economico-medio.
THE EATERY
Es uno de los restaurantes del hotel Four Seasons (Sheraton). Es de los mejores restaurantes de la ciudad.
COUNTRY Inn & SUITES
En este centrico hotel de 5* se encuentran tres fantasticos restaurantes, cada uno excelentemente ambientado en su estilo. El Dragon House, de estilo oriental, Kasbah, de cocina mediterranea y el Spice, de cocina India.
AGRA
PIZZA HUT (FATEHABAD ROAD)
Despues de varios dias explorando la comida tipica de lndia, a lo mejor os apetece comer algo conocido. Aqui encontrareis muy buenas pizzas y deliciosos platos de pasta. Si teneis suerte, coincidireis con una pequena coreografia que realizan los camareros del local.
MAYA (18/184 PURANI MANDI CIRCLE, FATEHABAD ROAD)
Cocina internacional y india, donde os recomendamos comer en su agradable terraza ambientada con mosaicos en tonos blancos y azules.
RIAO RESTAURANT (44 TAJ ROAD, NEAR HOTEL CLARK)
Cocina internacional y India, por las noches suelen hacer espectaculos para grupos.
AMARVILAS
Si os quereis permitir un pequeno capricho, no dejeis de tomar un selecto coctel en este hotel de lujo asiatico mientras veis la silueta del Taj Mahal.
VARANASI
GANGES VIEW (ASSI GHAT)
Este restaurante se encuentra justo en el hotel continuo al vuestro. Tiene un pequeno comedor muy coqueto y su comida es excel.lente. Reservad la mesa con antelacion, pues no hay mucha capacidad y suele estar lleno. Precio medio.
PHULWARI RESTAURANT & SAMI CAFÉ (GODOWLIA CROSSING, CHOWK ROAD)
Restaurante al aire libre, es un pequeno paraiso en esta ciudad. Hay comida India, mediterranea, hummus… Si salis de Dashaswamedh Ghat, cuando llegueis a la rotonda, girad a mano derecha, vereis una gran puerta y un jardin. En el interior tambe hay un pequeno templo.
BREAD OF LIFE BAKERY (NEAR RATNAKAR PARK)
A parte de panaderia, hay cocina occidental y china. Economico.
PIZZERIA (ASSI GHAT)
En este restaurante podreis comer buenas pizzas en una zona muy tranquila de la ciudad.
10 negocios de JAIPUR para hacer compras de calidad
THE PDKF STORE: city palace, malve nagar
HOT PINK: hotel narain niwas palace
ECRU: B-8 Bhawani singh rd
THE PALACE ATELIER: city palace, gangori bazaar
JAIPUR RUGS GALLERY: hotel narain niwas
IDLI BY THIERRY JOURNO: plot No S1
JAIPUR MODERN: 51 sardar patel marg
TOKREE: hotel narain niwas
TEATRO DHORA: 9 yashwant palace
Agencia
Hoteles
Delhi: Florence Inn
Udaipur: Udai Garth
Jodhpur: Pal Haveli
Jaisalmer: The Royal Jaisalmer
Jaipour: Devraj Niwas
Agra: Pushp Villa
Varanasi: Ganges View
Nuestro chofer Ummed ponía todo el tiempo el CD Dabanng y la canción que más me gustaba era esta